Buscando historias y cuentos para diferentes espectáculos, encontramos unos que debían tener su propio espacio. Esas historias de hechos sobrenaturales y realidades tan poco comunes de catalépticos que despiertan en su velorio espantando a toda la concurrencia, de niños que despiertan de la muerte para tomar un vaso con agua y luego volver a morir, de hombres que ven a la Huestia pasando con su caravana festiva anunciando tu muerte.
Todas esas historias de gente que quizá no siempre llega a descansar en paz.
Los chiquitanos tienen el alma inquieta. En caso de muerte de un adulto, se cose la boca del difunto y se le tapan las fosas nasales y las orejas para impedir que el espíritu vuelva. Con los niños es distinto, pues tienen el alma serena y no es necesario costurar los cadáveres. Por eso, todos se sorprendieron cuando una noche de febrero volvió Marcelita toda embarrada, tres días después de su funeral. Ese mismo día había muerto Teodoro, el violador del pueblo, y al no poder regresar a su cuerpo, tomó prestado el de Marcelita, su última víctima. (Felipe Parejas)
La noche del espectáculo transcurrió entre risas y un silencio sepulcral a medida que el espectáculo avanzaba.
La muerte siempre tiene un encanto especial gracias a su misterio y contundencia. Nadie sabe lo que pasa después de morir pero cuando uno muere no hay marcha atrás. Por eso quizá los seres humanos creamos historias de muertos que regresan a la vida, de espíritus que nunca se van; nos fascinan las anécdotas que erizan nuestra piel, porque quizá en el fondo esperamos que la muerte no sea simplemente el final de todo.
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